Terence Koh habla de la frescura de la juventud y de la cercanía del final, de lo bello y lo grotesco, de la percepción subjetiva de las cosas y de identidades culturales, muchas veces entreveradas en multitud de motivos de muy diferente signo. Su obra puede ser grandilocuente y ruidosa pero también serena e íntima. La mayoría de las veces integra en sus montajes (Koh trabaja con grandes instalaciones) todo tipo de objetos que hablan de su biografía personal, de lo visto y lo vivido. Hay reflexiones sobre la alta y la baja cultura, sobre la historia del arte, sobre la sexualidad y el deseo. En muchas de sus instalaciones, Koh juega con elementos tomados de la estética romántica, el kitsch y, sobre todo, retoma planteamientos minimalistas, una actitud muy frecuente entre muchos artistas de su generación. También hay una clara alusión al consumo, a estrategias mercantilistas basadas en dinámicas de intercambio. Pero si hay algo que subyace a toda su producción y que es visible en la inmensa mayoría de su montajes, es la inquietante presencia de la muerte, la certeza del final, entendido como la única certeza de nuestras vidas.
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