Claustrofobia
Una de las obras más fuertes en la última Bienal de Venecia es la que se presenta en el pabellón alemán, ganador del León de Oro a la mejor participación nacional, ha sido precisamente la de Gregor Schneider. Dentro del edificio de estilo imperial neoclásico, el artista (1969) construyó una casa convencional, de dos plantas, con un hall de distribución, escalera, puertas que dan a los distintos ambientes y ventanas que dan supuestamente al exterior. La visita podría terminar allí y sería sólo una interesante construcción arquitectónica de una casa dentro de otra. Pero cuando se intenta abrir las puertas, alguna está trabada, otra conduce a una habitación común y una tercera (muy pequeña, debajo del descanso de la escalera) conduce a un pasadizo oscuro por el que hay que entrar agachado. A partir de allí comienza una experiencia límite para el visitante, porque lo que Schneider construyó allí es un anexo clandestino, que en parte recuerda a la casa de Anna Frank. En esa hábitat claustrofóbico hasta la taquicardia, difícil de describir y casi imposible de recorrer (hecho de espacios sorpresivos, opresivos, ilógicos y laberínticos), el visitante queda atrapado en el espacio y en el tiempo. A través de huecos verticales y horizontales, falsas paredes, corredores estrechos y asfixiantes, y hasta pasajes por los que hay que arrastrarse, se descubren míseras pocilgas, ambientes que sirven de aguantadero, zonas pútridas, con objetos abandonados y elementos en descomposición -.entre ellos un símil de restos humanos-., las huellas de un crimen y de unaexistencia secreta. Una obra brillante y siniestra sobre el autoritarismo, que transforma a quien la recorre en un fugitivo –por momentos– y, en otros momentos, en un represor en busca de sus víctimas.
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